Una vez me despedí en diferido
de la chica martes
un domingo.
Viví en una burbuja en Vallecas
y conocí a sus amigos y familia a través
de su boca y fotos.
Exprimí naranjas y momentos en su casa
adoptamos un limonero
y me compró paracetamol.
Nos mudamos de mentira
sabiendo que era ficción
y compartimos vulnerabilidades
en el cuello, sofá y edredón.
Nos dio tiempo a casi todo,
también a remolonear.
Y qué gusto, joder,
hacerlo en su pecho
y sin prisas.
Una vez conocí a la chica martes
me tocó la guitarra sin saber
y ahora dice gracias cuando alguien
le recuerda lo genial que es.
La chica martes se mueve en bici
ha sido payasa
tiene cuatro hermanas
una sobrina prioridad
tomate triturado en la nevera
un pueblo de recuerdos
una terraza gigante
un proyecto de huerto
un TOC con el fregadero
una mochila consciente
una sonrisa preciosa
un rapadito mordible
una tripilla gorila
los ojos verdes
y la necesidad de sentirse y estar
con ella.
Una vez conocí a la chica martes
y un día a la semana no bastó
porque con ella dan ganas
de pasarse el resto de días
y hacerlo sería un error.
La chica martes lo sabe tan bien
como yo.
Por eso despedirnos sin quererlo
es un gesto enorme de amor y respeto.
Me da coraje que no la conozcáis
pero hay historias y personas
que son de una y de nadie más.
Si un día os la encontráis cerrando bares
trabajando para los demás,
o hablando del poder de la colectividad
con pasión y solidaridad
decidle de mi parte lo importante:
Que los martes ahora se escriben con L
que ha sido una suerte no buscada
que la pienso y sonrío
que la guardo en una caja de sinceridad
donde solo cabe lo bien hecho
y que, si no nos volvemos a cruzar,
que precioso ha sido (pre)quererla
bien y en libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario