sábado, 30 de abril de 2022

La chica de salitre y algas

Es raro escribirte desde un lugar 
en el que tú y yo ya no estamos.

Elvira Sastre

Las historias a medias

son las que se terminan

antes de empezar. 


Se conjugan en tiempo pasado 

y futuro imposible.


Llevan el cartel de no disponible

y están cargadas de intentos

y esfuerzos que dejan exhausta.


Atrapan

Retan

Agotan

Y destruyen.


Porque hay personas con las que

no existe posibilidad

por mucho que empeñes 

tu presente. 


El amor todo lo puede

-dirán los kamikazes-


Si puedes soñarlo, puedes lograrlo

-véte a la mierda ya, Mr Wonderfull,

deja de jodernos la cabeza-


Que yo ya se donde no es

por mucho que me esfuerce.

Lo que no quiero

por mucho que lo desee.

Lo que no voy a aguantar

por mucho que sea fuerte. 


Lo peor de las historias a medias

es el regusto amargo de esperanza

que dejan;


No pudo ser porque no era el momento.

Quizás cambie.

Tal vez vuelva.


Se alimentan de futuribles

y nunca acaban

porque siempre terminan. 


Las historias a medias son traicioneras.


Lo que no pasó, no volverá.

Lo que no fue posible, no lo será.

Lo que no te gustaba, no cambiará.

Lo que no pudo ser, deja de esperarlo.


No se puede reescribir 

lo que nunca sucedió

ni echar de menos

lo que no vivimos. 


Todo lo demás, 

expectativas no cumplidas.

martes, 26 de abril de 2022

Día de la visibilidad lésbica

Salí del armario hace ya 20 años, y que conste en acta que nunca me ha gustado esa expresión; jamás me dio tiempo a entrar. 

Tenía 14 años, vivía en Tenerife y por aquel entonces, en 2002, no conocía a nadie como yo. Supongo que esa sensación, la de sentirse diferente, es denominador común en cualquier adolescencia que se precie pero estoy segura de que se acentúa cuando no tienes referentes y vas a contracorriente. Mientras mis amigas tenían novio o lo buscaban, yo me sentía el bicho más extraño que habitaba sobre la faz de la tierra. Recuerdo sentirme sola e incomprendida, como si no hubiese un espacio para mi, como si yo mereciera menos, como si le diera vergüenza a otros, como si tuviera que sentirla yo. Nunca me callé, eso si. Si tenía novia lo decía, y si alguien se atrevía a llamarla amiga ya estaba yo para hacer la corrección pertinente en público. “Hay que educar a la gente” me repetía, como si tuviera la responsabilidad social de visibilizar y ponerle nombre a lo que otros querían ocultar. Esa irreverencia e incontinencia verbal, ese activismo cotidiano que me llevaba a ir de la mano por la calle, a besar en cualquier lugar, a no ocultarme y corregir a quien se atrevía a ningunearme me llevó en más de una ocasión a sufrir agresiones verbales y alguna que otra física. 

Siempre sentí que no encajaba, que mi vida era distinta, que no era como las demás. Y no me equivocaba, claro, porque obviamente yo era diferente, porque ser mujer y homosexual te enfrenta irremediablemente a un estado patriarcal y heteronormativo. 

Ha pasado mucho tiempo, sí, las leyes han cambiado, las mujeres del ámbito público se han hecho referentes, las series y el cine han introducido tramas y personajes de lesbianas y aquella realidad de 2002 ahora, no por suerte sino con mucho esfuerzo, es diferente, aunque no suficiente. 


A veces me abruma ser consciente de cómo aquellas batallas configuraron, en gran medida, mi manera de ser, de relacionarme, de protegerme.


Siento orgullo por muchas cosas en mi vida, la de ser lesbiana no es especialmente una de ellas; no es mérito propio, es algo que forma parte de mi, pero sí me enorgullece ser parte de un colectivo cada más fuerte y comprometido, que se hace hueco y alza la voz.

Porque no estamos solas, queridas. 

Somos muchas. 

Y no nos van a callar. 

La chica martes

Una vez me despedí en diferido

de la chica martes 

un domingo.


Viví en una burbuja en Vallecas

y conocí a sus amigos y familia a través 

de su boca y fotos.


Exprimí naranjas y momentos en su casa

adoptamos un limonero

y me compró paracetamol.


Nos mudamos de mentira

sabiendo que era ficción

y compartimos vulnerabilidades

en el cuello, sofá y edredón. 


Nos dio tiempo a casi todo,

también a remolonear. 

Y qué gusto, joder, 

hacerlo en su pecho 

y sin prisas.


Una vez conocí a la chica martes

me tocó la guitarra sin saber

y ahora dice gracias cuando alguien

le recuerda lo genial que es.


La chica martes se mueve en bici

ha sido payasa

tiene cuatro hermanas

una sobrina prioridad

tomate triturado en la nevera

un pueblo de recuerdos

una terraza gigante 

un proyecto de huerto

un TOC con el fregadero

una mochila consciente

una sonrisa preciosa

un rapadito mordible

una tripilla gorila

los ojos verdes 

y la necesidad de sentirse y estar

con ella. 


Una vez conocí a la chica martes

y un día a la semana no bastó

porque con ella dan ganas

de pasarse el resto de días 

y hacerlo sería un error.


La chica martes lo sabe tan bien

como yo.


Por eso despedirnos sin quererlo 

es un gesto enorme de amor y respeto.


Me da coraje que no la conozcáis 

pero hay historias y personas 

que son de una y de nadie más. 


Si un día os la encontráis cerrando bares

trabajando para los demás,

o hablando del poder de la colectividad

con pasión y solidaridad

decidle de mi parte lo importante:


Que los martes ahora se escriben con L

que ha sido una suerte no buscada

que la pienso y sonrío

que la guardo en una caja de sinceridad

donde solo cabe lo bien hecho

y que, si no nos volvemos a cruzar, 

que precioso ha sido (pre)quererla

bien y en libertad.  

Sobre el adiós y las despedidas

¿Que es más difícil, quedarse cuando alguien se va o decidir marcharse cuando te quieres quedar? ¿Aceptar la partida de otro o emprender el camino de ida sin vuelta? ¿Están las despedidas sujetas al destino o es la muerte el único adiós definitivo? ¿Debemos prepararnos para aceptar un punto y final aunque exista la posibilidad de que el tiempo lo convierta en punto y aparte? 

Crecer es aprender a despedirse. Identificar donde no es y salir de ahí porque ya no. Sin embargo, nadie nos enseña a despedirnos. A la gente se la termina conociendo por su manera de marcharse y hay finales que empañan cualquier pasado. 

Más importante que el qué es el cómo; cómo te vas, cómo lo dices, cómo lo cumples. Hay una diferencia enorme entre irse y abandonar; lo primero puede ser un acto de amor (propio o ajeno), lo segundo es cobardía disfrazada de crueldad. Que se mueran los que se marchan sin más, qué menos que decir que te vas. 

Hay quienes se quedan cuando hace mucho que se fueron, de cuerpo presente y corazón futuro, estar sin ser. Aguantar por miedo a soltar.

Otros se van sin mirar atrás, huida hacia adelante y donde dije digo ya no digo nada más. Mutis por el foro que esto ya no va conmigo. 


Una vez me despedí tantas veces de la misma persona que creí ganarle el pulso al adiós. Y perdí. Hizo falta agotar la esperanza y pasar el duelo para volver siendo otras diferentes, alejadas de aquellas que fuimos y ya no somos. A veces pasa, pero no creo que sea lo común. 


La mayoría de las veces no he sabido marcharme a tiempo. No he sabido, ni siquiera, identificar que ya no quería estar, primer paso para emprender cualquier viaje.


Qué difícil es decir adiós, qué difícil irse, que difícil quedarse cuando te despiden, pero qué necesario saber hacerlo. 


Y mantenerlo cuando consigues marcharte. 

Tenía nombre de huracán

Tú me has perdido
y yo me he salvado de ti.

Al final

                he salido

                                   ganando.

Ahora que ya no

Quería decirte 
que Madrid se recompone tras el huracán de tu marcha

Que ahora miro a mis monstruos por encima del hombro
y cada paso que doy
                               retumba
                                           por la ciudad
                                                             que abandonaste.

Que sigo sin hablar idiomas
porque jamás entenderé el lenguaje de las despedidas;
que el error no fue perderte,
fue dejar que te marcharas.

Que si no te digo nada es por no molestar,
que no hay nada más triste que las frases a medias
a 1.500 kilómetros de pena.

Que a veces pienso qué habría pasado
si no me hubiese equivocado tanto.
Tal vez seguirías aquí
conmigo,
en mi.
Y luego me doy cuenta de que eso solo habría retrasado
todos mis desastres.

Que hay historias que es mejor terminarlas
antes de que acaben con uno mismo
Empezar de cero.
Levantar el vuelo.

Que tu tenías que mudarte de mi
que yo estaré sin ti
pero se que tu estarás mejor.

Quería decirte
a ti, el pedazo de mi
que vive entre tulipanes,
que cuando subo al cielo de Madrid
te recuerdo entre frases de Sabina.