martes, 26 de abril de 2022

Día de la visibilidad lésbica

Salí del armario hace ya 20 años, y que conste en acta que nunca me ha gustado esa expresión; jamás me dio tiempo a entrar. 

Tenía 14 años, vivía en Tenerife y por aquel entonces, en 2002, no conocía a nadie como yo. Supongo que esa sensación, la de sentirse diferente, es denominador común en cualquier adolescencia que se precie pero estoy segura de que se acentúa cuando no tienes referentes y vas a contracorriente. Mientras mis amigas tenían novio o lo buscaban, yo me sentía el bicho más extraño que habitaba sobre la faz de la tierra. Recuerdo sentirme sola e incomprendida, como si no hubiese un espacio para mi, como si yo mereciera menos, como si le diera vergüenza a otros, como si tuviera que sentirla yo. Nunca me callé, eso si. Si tenía novia lo decía, y si alguien se atrevía a llamarla amiga ya estaba yo para hacer la corrección pertinente en público. “Hay que educar a la gente” me repetía, como si tuviera la responsabilidad social de visibilizar y ponerle nombre a lo que otros querían ocultar. Esa irreverencia e incontinencia verbal, ese activismo cotidiano que me llevaba a ir de la mano por la calle, a besar en cualquier lugar, a no ocultarme y corregir a quien se atrevía a ningunearme me llevó en más de una ocasión a sufrir agresiones verbales y alguna que otra física. 

Siempre sentí que no encajaba, que mi vida era distinta, que no era como las demás. Y no me equivocaba, claro, porque obviamente yo era diferente, porque ser mujer y homosexual te enfrenta irremediablemente a un estado patriarcal y heteronormativo. 

Ha pasado mucho tiempo, sí, las leyes han cambiado, las mujeres del ámbito público se han hecho referentes, las series y el cine han introducido tramas y personajes de lesbianas y aquella realidad de 2002 ahora, no por suerte sino con mucho esfuerzo, es diferente, aunque no suficiente. 


A veces me abruma ser consciente de cómo aquellas batallas configuraron, en gran medida, mi manera de ser, de relacionarme, de protegerme.


Siento orgullo por muchas cosas en mi vida, la de ser lesbiana no es especialmente una de ellas; no es mérito propio, es algo que forma parte de mi, pero sí me enorgullece ser parte de un colectivo cada más fuerte y comprometido, que se hace hueco y alza la voz.

Porque no estamos solas, queridas. 

Somos muchas. 

Y no nos van a callar. 

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