El público, que en un primer momento pareció descontento, pronto la olvidó gracias a las distracciones que ofrecieron los payasos, siempre dispuestos. La estrella, la más brillante, y sonriente y casi perfecta en su imperfección, aquella noche se apagó. Le pudieron las ganas de llorar, se la comió el silencio, olvidó su guión, su papel y todo aquello que no tuviera que ver con el enorme agujerito que sentía por dentro; el vacío que provoca el desconcierto al ver que nada es para siempre, que el amor se acaba, que la gente se muere y da igual que sea joven, luchadora y fuerte, que quien un día estuvo y juró quedarse, un día, sin más, desapareció por las exigencias que marcó una apretada agenda...
¡Cómo salir así a escena!
El público no perdona y como él siempre tiene la razón, es preferible ofrecer otra distracción y privarles de esta profunda decepción que me lleva.
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