Hace seis meses me subí a un barco para emprender un largo viaje.
Navegaría el tiempo que hiciera falta, el tiempo que precisase mi Capitán.
Antes de zarpar hice acopio de provisiones; cargué mi espalda de ánimos, llené mis bolsillos de abrazos y no dejé en tierra ni un solo beso.
Yo, al igual que el resto de la tripulación, conocía de oídas las turbulentas aguas por las que nuestro barco navegaría, así que no quise escatimar en nada. No fue fácil, es cierto. Tal y como nos dijo nuestro Capitán, el frío, nuestro peor enemigo, atizó sin piedad en más de una ocasión, pero eso solo sirvió para hacernos más grandes, más fuertes. No desistimos porque él nunca desistió.
Nuestro Capitán, hijo, hermano, tío, marido y gran amigo de su tripulación, nunca se rindió, siempre fue un valiente, y aunque hoy no está con nosotros, a él le debemos haber llegado a buen puerto; más fuertes, más grandes, más valientes... Nos ha tatuado, como a todo buen marinero, con su lucha, su fuerza, su cariño y su entrega.
Seguiremos, Capitán.
Tres hurras por él!
ResponderEliminarFui simple grumete de esa tripulación, pero nunca lo olvidaré.
Nunca se rindió, el monstruo tuvo que vencerlo a traición, cuando estaba debilitado y sin defensas, nunca hincó la rodilla, nunca abandonó la nave.
ResponderEliminarHija, estoy orgullosa de ti igual que estoy orgullosa de él, descubrir que los que vienen detrás, mis hijos, mis hermanos, son mejores que yo me llena de satisfacción. Algún dia estaré en las mejores manos.